Gabriel García Márquez |
Se ha ido Gabo, que más que Gabo era un
mago, un prestidigitador de la palabra, capaz de suspender la
incredulidad del lector hasta límites insospechados e introducirlo en su
mundo maravilloso, donde los sucesos más insólitos tienen lugar con una
asombrosa naturalidad. En sus libros suena una música de fondo, una
música inconfundible, engastada en la misma trama de su prosa envolvente y engatusadora. Dejando aparte la polémica de quiénes fueron sus amigos, no se puede negar que la literatura universal ha perdido a un peso pesado.
Anda ya de vuelta a casa por el camino de la sierra, abriéndose paso entre lirios sangrientos y salamandras doradas. Hacia las tres de esta misma tarde, jaleado por los pífanos, tambores y sonajas de los gitanos, ha hecho entrada triunfal en Macondo: ese pueblo pequeño a la orilla del río pedregoso de casas con paredes de espejo.
Hasta allá se han desplazado desde otros libros, la Cándida Eréndira, Esteban, Juvenal Urbino, Santiago Nasar, la pequeña Sierva María y un sartal de personajes que se acercan a recibirlo y lo saludan, y le agradecen.
Aureliano
Buendía, alertado por los gritos de Úrsula, sale del fondo de la casa y
enseguida lo reconoce. Se funden en el abrazo que se deben...
Y
cuando todos los demás, agotados por los festejos de bienvenida,
vuelven a sus respectivas historias, ellos dos se sientan a conversar en
el porche, sin prisa, hasta que cae la noche sobre el personaje y sobre
el hombre.
Pero
aunque lo parezca, aquí no acaba el cuento ni muchísimo menos, porque
para los grandes, hayan sido de carne y hueso o de papel y tinta,
seguirá amaneciendo cada día en el corazón, en la mente y en los sueños de quienes los hemos leído y seguiremos haciéndolo.