sábado, 28 de septiembre de 2013

DELIRIUM



DELIRIUM


Está oscuro, muy oscuro. No me gusta la oscuridad, ni las cuevas, ni los vacíos. El silencio ha brotado a borbotones por todos lados, inundándolo todo, amortajándolo cuidadosamente para guardar los recuerdos y sumergirlos en esta negrura eterna que no tiene final, esto es lo que me espanta.
No quiero morir ahora, no quiero que mis sueños se pierdan en este abismo, quiero verme otra vez entre las montañas melancólicas de Yuangshou y escuchar el alegre canto del río que serpentea entre las piedras, quiero caminar una tarde de calores babilónicos por la calle de los Turcos; quiero poder descifrar el misterioso encanto de la mirada de Seema y escribir con ella una historia de amor a la sombra del Taj Majal.
Quiero perderme por las calles de ese mundo que no conocí, el de los rincones profundos donde la vida toma dimensiones desconocidas; donde la ignorancia es la riqueza, donde la ambición se desconoce.
Quiero vagar como los ecos en las montañas, repitiéndome día y noche, llamándote, buscándote en cada rincón, bajando a las playas donde te bañas desnuda; bajar a los lagos de madrugada, cuando te contemplas en el espejo del agua para peinar lentamente tu larga cabellera sin saber que te llamas Sílfide; quiero admirarte en secreto, aunque  tú sabes que te estoy espiando cuando en el oculto rebalse, bañas tu cuerpo moreno.
Quiero navegar la selva en las piraguas raquíticas; quiero ir con los hombres que se van a pescar ilusiones; quiero perderme en la neblina del tiempo y regresar cualquier día.
Quiero sentarme un instante en las cumbres que mi padre conquistó. Quiero volver a caminar detrás de él por las veredas de leñadores y alcanzar la cima para ver los valles lejanos, respirar el viento lleno de sol y saborear el almuerzo... y el silencio.
Quiero viajar en el tiempo a la velocidad de la luz que ilumina el amor. No quiero morir sin haber pedido perdón y no quiero dejar de soñar.
Quiero olvidar y no puedo. ¿Cómo podría borrar de la memoria los horrores de la guerra, los sufrimientos, la angustia, el hambre, el dolor? ¿Cómo olvidar el pánico en la mirada de mi niña, la refugiada Afghana? ¿Dónde está mi perro, el compañero de mis primeras aventuras? quiero caminar con él, irnos de cacería, y al final de la jornada, dormirnos cansados a la sombra de un árbol de pirul.'
Si pudiera, correría tras los tiempos perdidos de mi juventud, haría el amor a la luz menguante de un eclipse total y después me lanzaría al mar, desde el templo de Poseidón, en un sacrificio tributario a la belleza de las mujeres costeñas del Peloponeso.
Este silencio me empieza a gustar, es cautivante, es el silencio frío de las montañas, es el silencio muerto de las cavernas, de los precipicios, de las despedidas... Es un silencio que nunca antes había escuchado, ni en el valle de Gorëme ni en el desierto de Sonora, ni en las largas noches de calma chicha en medio de un océano inmenso picado de estrellas.
Siento frío, no sé si es la soledad en que me encuentro. Como siempre, hundido, aislado en mis propios recovecos donde busco respuestas y encuentro pretextos. Donde las cosas toman forma sin necesidad y llenan los huecos de mis pensamientos.
Quiero saber por qué las mujeres desaparecían una tras otra. Qué sé yo, probablemente yo las perdía en el medio de mi confusión, por no saber lo que valían, por no apreciar lo que me daban con sus manos suaves y sus labios cálidos.
Si así es la vida, no la quiero, me quedo con este frío pues ya no me queda lugar para más heridas, prefiero este rincón ahogado en el silencio.
Quiero morir en mi pequeño templo de Kioto, o mejor, en Tikal a la luz de la luna, con la música de mil insectos, con rugidos de tigre rasgando el viento, frente a las miradas ocultas de los mayas, con lamentos de flautas chinas y golpes de plena que marquen con precisión el ritmo de mi partida. Quiero respirar los aires cálidos de Sumatra y perderme en la sensualidad de su selva ecuatoriana; necesito el calor de Bukitingi y sus aguaceros inmediatos. Quiero escuchar los cantos islmitas de Istambul cuando se van diluyendo por las misteriosas calles del Sultanameth: plegarias dolientes, fanáticas, habituales y angustian­tes, las quiero escuchar por última vez frente a la Mezquita Azul y sus torres iluminadas como naves espaciales próximas a surcar el universo.
No me gusta la oscuridad, me hace pensar en los ausentes, me lleva por los laberintos sin salida, me hace ver lo que no quiero, me recuerda lo que quiero olvidar. Esta oscuridad es una ventana abierta al pasado, es una puerta que se cierra frente a mí para atraparme en este rincón que no sé si existe.
Quiero vivir para reparar mis errores, escribir una historia cada día, cantar poemas al viento y alabar a mi madre por su estoicismo frente a la muerte. Necesito un día más para encontrarme en algún lugar. Tal vez petrificado en el desierto Tibetano, o perdido en un pueblo hindú sin nombre o disuelto en los brazos de una mujer Lizu, tal vez podría encontrarme rondando las noches caribeña. Saltando de una isla a otra, bebiendo ron jamaiquino, bailando hasta que el sol asome sobre el mar y mi negra me lleve a la cama. Necesito un día más ­para decir adiós a mis amigos, me gustaría escuchar otra vez al Santón que me leyó la mano en una callejuela de Singapure. El que me dijo que la muerte me seguía los pasos. ¿Cuándo fue? ... No sé, tal vez fue ayer. .. o mañana. Pero nunca se lo creí.
Quisiera vivir para llevarle flores a las ninfas de mi niñez y extasiarme con su ingenuidad delirante, recordando cuando inventábamos el amor sin saber que ya existía.
Quiero aprender a vivir ... quiero aprender a morir y terminar con esta incertidumbre que arrastro como pesada cadena de oxidados eslabones, que se fueron reproduciendo año tras año sin que yo me tomara la molestia de contarlos.
Tal vez en la muerte no hay oscuridad y el silencio se llenará con los cantos que nunca escuché.
Tal vez muriendo encontraré todo lo que he perdido… tal vez podría inventar lo que me gustaría tener... tal vez así estaré conforme.


Está oscureciendo
el silencio me sofoca ...
me siento muy solo ...
Pero no es la primera vez... 


de Alfonso Tirado



miércoles, 25 de septiembre de 2013

Dos poemas de Carmen Luisa

ANOCHE

Anoche soñé que te amaba,
soñé que no me dejabas llorar,
y en el sueño, gentil, me abrazabas,
para no dejarme despertar.
Soñé con el barco en el mar,
soñé con un capitán al mando,
y  mis manos pudieron borrar
el dolor y el sufrir, de ambos.
Dulzura tenían tus ojos,
suavidad había en tus manos,
pasión brotaba en tu boca
y tu amor formaba un halo.
Ya despierta entendí,
que el amor es pura vida,
y dormidos se hace llama
y despierta consume la mía.
Anoche soñé que yo te amaba,
soñé que tu me besabas,
con beso dulce y callado,
silencios brillantes del alma.


AMOR EN EL MAR

Inmersa me encuentro en el mar,
soñando con misteriosos tesoros,
dejando que la pasión,
se filtre por mis poros.
Su lengua me rozó,
haciendo que pensara
que locos besos de amor,
venían de la Nada.
El Sol brillaba ardiente,
haciendo de luz de amor,
cubriendo con sus rayos ardientes
los cuerpos sumergidos, los dos.
Estrechamos las manos mojadas,
ayudados por la canción
que silenciosos los ojos entonaban,
convencidos ambos del amor.
La sal rodeaba mi cuerpo,
también rodeaba el de él,
nos miramos frente a frente,
y la risa nos brotó a la vez.
¿ Qué hacemos sumergidos ?
¿ Por qué esta locura al sol ?
Me besaba con alegría,
y yo a él con amor.