DELIRIUM
Está
oscuro, muy oscuro. No me gusta la oscuridad, ni las cuevas, ni los vacíos. El
silencio ha brotado a borbotones por todos lados, inundándolo todo,
amortajándolo cuidadosamente para guardar los recuerdos y sumergirlos en esta
negrura eterna que no tiene final, esto es lo que me espanta.
No
quiero morir ahora, no quiero que mis sueños se pierdan en este abismo, quiero
verme otra vez entre las montañas melancólicas de Yuangshou y escuchar el
alegre canto del río que serpentea entre las piedras, quiero caminar una tarde
de calores babilónicos por la calle de los Turcos; quiero poder descifrar el
misterioso encanto de la mirada de Seema y escribir con ella una historia de
amor a la sombra del Taj Majal.
Quiero
perderme por las calles de ese mundo que no conocí, el de los rincones
profundos donde la vida toma dimensiones desconocidas; donde la ignorancia es
la riqueza, donde la ambición se desconoce.
Quiero
vagar como los ecos en las montañas, repitiéndome día y noche, llamándote,
buscándote en cada rincón, bajando a las playas donde te bañas desnuda; bajar a
los lagos de madrugada, cuando te contemplas en el espejo del agua para peinar
lentamente tu larga cabellera sin saber que te llamas Sílfide; quiero admirarte
en secreto, aunque tú sabes que te estoy
espiando cuando en el oculto rebalse, bañas tu cuerpo moreno.
Quiero
navegar la selva en las piraguas raquíticas; quiero ir con los hombres que se
van a pescar ilusiones; quiero perderme en la neblina del tiempo y regresar
cualquier día.
Quiero
sentarme un instante en las cumbres que mi padre conquistó. Quiero volver a
caminar detrás de él por las veredas de leñadores y alcanzar la cima para ver
los valles lejanos, respirar el viento lleno de sol y saborear el almuerzo... y
el silencio.
Quiero
viajar en el tiempo a la velocidad de la luz que ilumina el amor. No quiero
morir sin haber pedido perdón y no quiero dejar de soñar.
Quiero
olvidar y no puedo. ¿Cómo podría borrar de la memoria los horrores de la
guerra, los sufrimientos, la angustia, el hambre, el dolor? ¿Cómo olvidar el
pánico en la mirada de mi niña, la refugiada Afghana? ¿Dónde está mi perro, el
compañero de mis primeras aventuras? quiero caminar con él, irnos de cacería, y
al final de la jornada, dormirnos cansados a la sombra de un árbol de pirul.'
Si
pudiera, correría tras los tiempos perdidos de mi juventud, haría el amor a la
luz menguante de un eclipse total y después me lanzaría al mar, desde el templo
de Poseidón, en un sacrificio tributario a la belleza de las mujeres costeñas
del Peloponeso.
Este
silencio me empieza a gustar, es cautivante, es el silencio frío de las
montañas, es el silencio muerto de las cavernas, de los precipicios, de las despedidas...
Es un silencio que nunca antes había escuchado, ni en el valle de Gorëme ni en
el desierto de Sonora, ni en las largas noches de calma chicha en medio de un océano
inmenso picado de estrellas.
Siento frío, no sé si es la
soledad en que me encuentro. Como siempre, hundido, aislado en mis propios
recovecos donde busco respuestas y encuentro pretextos. Donde las cosas toman
forma sin necesidad y llenan los huecos de mis pensamientos.
Quiero
saber por qué las mujeres desaparecían una tras otra. Qué sé yo, probablemente
yo las perdía en el medio de mi confusión, por no saber lo que valían, por no
apreciar lo que me daban con sus manos suaves y sus labios cálidos.
Si así
es la vida, no la quiero, me quedo con este frío pues ya no me queda lugar para
más heridas, prefiero este rincón ahogado en el silencio.
Quiero
morir en mi pequeño templo de Kioto, o mejor, en Tikal a la luz de la luna, con
la música de mil insectos, con rugidos de tigre rasgando el viento, frente a
las miradas ocultas de los mayas, con lamentos de flautas chinas y golpes de
plena que marquen con precisión el ritmo de mi partida. Quiero respirar los
aires cálidos de Sumatra y perderme en la sensualidad de su selva ecuatoriana;
necesito el calor de Bukitingi y sus aguaceros inmediatos. Quiero escuchar los
cantos islmitas de Istambul cuando se van diluyendo por las misteriosas calles
del Sultanameth: plegarias dolientes, fanáticas, habituales y angustiantes,
las quiero escuchar por última vez frente a la Mezquita Azul y sus torres
iluminadas como naves espaciales próximas a surcar el universo.
No me
gusta la oscuridad, me hace pensar en los ausentes, me lleva por los laberintos
sin salida, me hace ver lo que no quiero, me recuerda lo que quiero olvidar.
Esta oscuridad es una ventana abierta al pasado, es una puerta que se cierra
frente a mí para atraparme en este rincón que no sé si existe.
Quiero vivir para reparar mis
errores, escribir una historia cada día, cantar poemas al viento y alabar a mi
madre por su estoicismo frente a la muerte. Necesito un día más para
encontrarme en algún lugar. Tal vez petrificado en el desierto Tibetano, o
perdido en un pueblo hindú sin nombre o disuelto en los brazos de una mujer Lizu,
tal vez podría encontrarme rondando las noches caribeña. Saltando de una isla a
otra, bebiendo ron jamaiquino, bailando hasta que el sol asome sobre el mar y
mi negra me lleve a la cama. Necesito un día más para decir adiós a mis
amigos, me gustaría escuchar otra vez al Santón que me leyó la mano en una
callejuela de Singapure. El que me dijo que la muerte me seguía los pasos. ¿Cuándo
fue? ... No sé, tal vez fue ayer. .. o mañana. Pero nunca se lo creí.
Quisiera
vivir para llevarle flores a las ninfas de mi niñez y extasiarme con su
ingenuidad delirante, recordando cuando inventábamos el amor sin saber que ya
existía.
Quiero
aprender a vivir ... quiero aprender a morir y terminar con esta incertidumbre
que arrastro como pesada cadena de oxidados eslabones, que se fueron
reproduciendo año tras año sin que yo me tomara la molestia de contarlos.
Tal
vez en la muerte no hay oscuridad y el silencio se llenará con los cantos que
nunca escuché.
Tal
vez muriendo encontraré todo lo que he perdido… tal vez podría inventar lo que
me gustaría tener... tal vez así estaré conforme.
Está oscureciendo
el silencio me sofoca ...
me siento muy solo ...
Pero no es la primera vez...
de Alfonso Tirado