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EL AÑO DE LA RATA
Este es uno de los cuentos que surgieron de las memorias de un viaje
al sur de China. El encanto de sus pequeñas poblaciones de pescadores y
criadores de gansos y porcinos y la belleza de su campiña, son experiencias
inolvidables.
La proa del barco se hundía
suavemente en el espejo de aguas tersas del río Lijiang. Era sólo cuestión de
tiempo, tarde o temprano el ferry haría su arribo a Yangshuo, donde Yiang
Dailing bajaría para vender sus gansos en el mercado. Era su paseo y la manera
de ganarse la vida, cada dos o tres semanas se llevaba un racimo de seis gansos
para vender y regresaba con algunas compras y el dinero suficiente para que él
y su familia vivieran tranquilamente. El poc-poc-poc del motor resonaba alegre
entre los escarpados paredones de las colinas que brotaban por aquí y por allá,
haciendo que el río se retorciera como una serpiente. Yiang conocía muy bien esas
aguas, las había navegado muchas veces desde niño cuando acompañaba a Yiang
Lao, su padre, que tripulaba una barcaza de carga. Aprendió a leer el río y a
distinguir los bajos con sus piedras ocultas, las aguas profundas y los
remansos y los remolinos que se formaban en los recodos. También sabía de los
lugares buenos para la pesca. Su mirada vagaba con facilidad por las montañas
de formas caprichosas. Dejaba volar su imaginación para descubrir figuras en
las colinas. Algunas le sugerían formas humanas, otra eran como de colmillos de
fiera o de orejas de perro; y les iba poniendo nombres y bordándoles una
historia. Le gustaba inventar historias, su maestra le dijo varias veces cuando
era un niño, que era un pequeño poeta, pero él no entendió lo que eso
significaba.
Sus sueños se desvanecieron
cuando el ferry bramó con todas las fuerzas de su bocina. Estaba previniendo a
un hombre que tiraba su red de pesca en el medio del río. El pescador se apresuró
a recoger la red y a levantar el ancla de piedra, para dejarse ir con la corriente
y dar paso al monstruo que se movía con rapidez aguas abajo. Yiang Dailing
reconoció al pescador, era Zohu Lao, el padre de Xian, su amigo de la infancia.
- ¡Yilu xuleng! - le gritó desde
la borda para desearle buena jornada. El viejo no distinguió quién le saludaba,
pero agitó alegremente la mano.
Yiang Dailing estaba
nervioso, quería llegar pronto, vender los gansos, comprar las cosas de comida
que le había encargado su madre, y regresar a casa en su bicicleta, pues el
ferry regresaba hasta la tarde y el viaje de regreso era muy lento por ser
remontando la corriente. Siempre tenía
la misma urgencia por regresa a su casa. No le gustaba el bullicio del pueblo con
sus ruidos, los enjambres de bicicletas, los impertinentes bocinazos de los
camiones y el escándalo que salía de la barraca donde se exhibían las películas
de golpes, gritos y disparos. Nada de eso le gustaba y no entendía cómo podía
la gente pasarse las horas con esas historias de violencia. Él prefería
sentarse frente al río para leer el libro que había heredado de su padre. Ya se
sabía de memoria cada cuento y cada poema, pero no le cansaba porque cada vez
descubría algo nuevo en el significado interior de sus líneas; ese sí que era
un poeta, no como él que apenas había escrito algunas cosas sin importancia.
Esto le recordó que esperaba vender a buen precio los gansos, porque quería ir a la tienda de Xhen Zhiao
para comprar un "maobi" y otra barrita de "me tiao" negra,
(pincel y tinta) para ponerse a escribir sus pensamientos, como lo hacían los
poetas.
Miró a sus gansos que
estiraban los cuellos a través del tejido de la cesta que estaba junto a su
bicicleta. La había comprado el pasado invierno, y se sentía muy orgulloso de
tenerla en buen estado; el timbre no funcionaba, pero eso no le preocupaba, pues él no era como todos, que van
timbrando continuamente sin necesidad.
Un nuevo pitido del barco
anunciando su llegada a Yangshuo puso en actividad a toda la gente que
abarrotaba la cubierta inferior. Empezaron a recoger sus canastos, a enderezar
sus bicicletas cargadas con los pesados manojos de hortalizas, los cacaraqueos
y graznidos se mezclaban con los gritos nerviosos de la gente. Yiang carraspeó
con todas sus fuerzas y lanzó por sobre la borda a muy buena distancia un
grueso escupitajo contento de haber llegado. Afianzó el canasto de los gansos
en el porta bultos de la bicicleta y esperó a que el ferry atracara.
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