miércoles, 18 de junio de 2014

EL AÑO DE LA RATA

Fragmento del cuento que figura en las páginas de HISTORIAS DE ROMPE Y RASGA Cuentos de todos colores y sabores
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EL AÑO DE LA RATA

Este es uno de los cuentos que surgieron de las memorias de un viaje al sur de China. El encanto de sus pequeñas poblaciones de pescadores y criadores de gansos y porcinos y la belleza de su campiña, son experiencias inolvidables.

La proa del barco se hundía suavemente en el espejo de aguas tersas del río Lijiang. Era sólo cuestión de tiempo, tarde o temprano el ferry haría su arribo a Yangshuo, donde Yiang Dailing bajaría para vender sus gansos en el mercado. Era su paseo y la manera de ganarse la vida, cada dos o tres semanas se llevaba un racimo de seis gansos para vender y regresaba con algunas compras y el dinero suficiente para que él y su familia vivieran tranquilamente. El poc-poc-poc del motor resonaba alegre entre los escarpados paredones de las colinas que brotaban por aquí y por allá, haciendo que el río se retorciera como una serpiente. Yiang conocía muy bien esas aguas, las había navegado muchas veces desde niño cuando acompañaba a Yiang Lao, su padre, que tripulaba una barcaza de carga. Aprendió a leer el río y a distinguir los bajos con sus piedras ocultas, las aguas profundas y los remansos y los remolinos que se formaban en los recodos. También sabía de los lugares buenos para la pesca. Su mirada vagaba con facilidad por las montañas de formas caprichosas. Dejaba volar su imaginación para descubrir figuras en las colinas. Algunas le sugerían formas humanas, otra eran como de colmillos de fiera o de orejas de perro; y les iba poniendo nombres y bordándoles una historia. Le gustaba inventar historias, su maestra le dijo varias veces cuando era un niño, que era un pequeño poeta, pero él no entendió lo que eso significaba.
Sus sueños se desvanecieron cuando el ferry bramó con todas las fuerzas de su bocina. Estaba previniendo a un hombre que tiraba su red de pesca en el medio del río. El pescador se apresuró a recoger la red y a levantar el ancla de piedra, para dejarse ir con la corriente y dar paso al monstruo que se movía con rapidez aguas abajo. Yiang Dailing reconoció al pescador, era Zohu Lao, el padre de Xian, su amigo de la infancia.
- ¡Yilu xuleng! - le gritó desde la borda para desearle buena jornada. El viejo no distinguió quién le saludaba, pero agitó alegremente la mano.
Yiang Dailing estaba nervioso, quería llegar pronto, vender los gansos, comprar las cosas de comida que le había encargado su madre, y regresar a casa en su bicicleta, pues el ferry regresaba hasta la tarde y el viaje de regreso era muy lento por ser remontando la corriente.  Siempre tenía la misma urgencia por regresa a su casa. No le gustaba el bullicio del pueblo con sus ruidos, los enjambres de bicicletas, los impertinentes bocinazos de los camiones y el escándalo que salía de la barraca donde se exhibían las películas de golpes, gritos y disparos. Nada de eso le gustaba y no entendía cómo podía la gente pasarse las horas con esas historias de violencia. Él prefería sentarse frente al río para leer el libro que había heredado de su padre. Ya se sabía de memoria cada cuento y cada poema, pero no le cansaba porque cada vez descubría algo nuevo en el significado interior de sus líneas; ese sí que era un poeta, no como él que apenas había escrito algunas cosas sin importancia. Esto le recordó que esperaba vender a buen precio los gansos,  porque quería ir a la tienda de Xhen Zhiao para comprar un "maobi" y otra barrita de "me tiao" negra, (pincel y tinta) para ponerse a escribir sus pensamientos, como lo hacían los poetas.
Miró a sus gansos que estiraban los cuellos a través del tejido de la cesta que estaba junto a su bicicleta. La había comprado el pasado invierno, y se sentía muy orgulloso de tenerla en buen estado; el timbre no funcionaba, pero eso no le preocupaba, pues él no era como todos, que van timbrando continuamente sin necesidad.
Un nuevo pitido del barco anunciando su llegada a Yangshuo puso en actividad a toda la gente que abarrotaba la cubierta inferior. Empe­zaron a recoger sus canastos, a enderezar sus bicicletas cargadas con los pesados manojos de hortalizas, los cacaraqueos y graznidos se mezclaban con los gritos nerviosos de la gente. Yiang carraspeó con todas sus fuerzas y lanzó por sobre la borda a muy buena distancia un grueso escupitajo contento de haber llegado. Afianzó el canasto de los gansos en el porta bultos de la bicicleta y esperó a que el ferry atracara.

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