viernes, 4 de abril de 2014

EL HOMBRE QUE SOÑABA DESPIERTO





       Sonó el despertador repiqueteando con estridencia durante un minuto y el hombre que estaba en la cama tuvo verdaderas dificul­tades para abrir los ojos y mirar sorprendido en dirección del buró donde el reloj con cara de las ocho de la mañana, mascullaba su acompasado tic-tac. Frunció el seño, pues no recordaba que hubiera concertado la alarma para que sonara a esa hora y más aún, pronto se dio cuenta que ni siquiera recordaba que tuviera un despertador.
La luz de un sol primaveral entraba por la ventana y aunque estaba bastante filtrada por el vaporoso cortinaje, era suficiente como para iluminar la alegría del aposento. Su vista empezó a saltar del reloj a los muebles, a recorrer los cuadros que decoraban las paredes, obviamente con muy buen gusto. Miró en la dirección opuesta y se encontró con la elegancia de un tocador dotado con los múltiples artículos de belleza que estaban sobre la cubierta; además de la fotografía enmarcada de un hombre de unos cuarenta años que lucía una amplia sonrisa de perfecta dentadura y respiraba un aire de triunfador. De un salto se puso de pie sin dejar de mirar en su rededor, totalmente estupefacto.
Nada, absolutamente nada de lo que estaba mirando tenía sentido, hizo esfuerzos desesperados por encontrar algo que le fuera familiar, pero pronto llegó a la conclusión de que no eran sólo los objetos, ahora estaba seguro de que inclusive la habitación le era completamente extraña, nunca había estado allí antes. Descartó de inmediato la posibilidad de que fuera un hotel, pues la decoración no era la que correspondía. Pero eso no era lo importante. El estaba seguro de que no estaba de viaje, de que no había tenido ningún affaire el día anterior como para que hubiera amanecido en algún lugar desconocido. Las preguntas se le agolpaban en la cabeza y de ningún lado salía una respuesta. Fue hasta el tocador y tomó en sus manos la fotografía del hombre sonriente, tratando de encontrar una pista; tampoco había un nombre, una fecha o una dedicatoria, nada... Su mirada se desvió hacia el espejo para contemplarse a sí mismo en busca de un aliado, buscando algo que le fuera conocido, pero su sorpresa fue mayor, se miró frente a frente y no se reconoció. No era él, era otra persona diferente. La imagen del espejo era la del hombre de quien tenía la fotografía en sus manos. La elevó frente al espejo hasta la altura de su cara y cualquier duda quedó disipada. Él era el de la fotografía, él era otro. Es decir, él no era precisamente quien él esperaba ser.
En un último esfuerzo por aclarar su angustiosa duda, forzó el rostro para dibujarse una sonrisa que dejó al descubierto una hilera de dientes perfectos. El retrato cayó de sus manos rompiéndose el vidrio entre los frascos de lociones y cremas embellecedoras.
Unos segundos después, a su espalda, se abrió la puerta y una voz joven y melodiosa dijo: -¿Ya despertó mi amor? 

(De las páginas de HISTORIAS DE ROMPE Y RASGA     
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