Sonó el despertador
repiqueteando con estridencia durante un minuto y el hombre que estaba en la
cama tuvo verdaderas dificultades para abrir los ojos y mirar sorprendido en
dirección del buró donde el reloj con cara de las ocho de la mañana, mascullaba
su acompasado tic-tac. Frunció el seño, pues no recordaba que hubiera
concertado la alarma para que sonara a esa hora y más aún, pronto se dio cuenta
que ni siquiera recordaba que tuviera un despertador.
La luz de un sol primaveral
entraba por la ventana y aunque estaba bastante filtrada por el vaporoso
cortinaje, era suficiente como para iluminar la alegría del aposento. Su vista
empezó a saltar del reloj a los muebles, a recorrer los cuadros que decoraban
las paredes, obviamente con muy buen gusto. Miró en la dirección opuesta y se
encontró con la elegancia de un tocador dotado con los múltiples artículos de
belleza que estaban sobre la cubierta; además de la fotografía enmarcada de un
hombre de unos cuarenta años que lucía una amplia sonrisa de perfecta dentadura
y respiraba un aire de triunfador. De un salto se puso de pie sin dejar de
mirar en su rededor, totalmente estupefacto.
Nada, absolutamente nada de lo
que estaba mirando tenía sentido, hizo esfuerzos desesperados por encontrar
algo que le fuera familiar, pero pronto llegó a la conclusión de que no eran
sólo los objetos, ahora estaba seguro de que inclusive la habitación le era
completamente extraña, nunca había estado allí antes. Descartó de inmediato la
posibilidad de que fuera un hotel, pues la decoración no era la que
correspondía. Pero eso no era lo importante. El estaba seguro de que no estaba
de viaje, de que no había tenido ningún affaire el día anterior como para que
hubiera amanecido en algún lugar desconocido. Las preguntas se le agolpaban en
la cabeza y de ningún lado salía una respuesta. Fue hasta el tocador y tomó en
sus manos la fotografía del hombre sonriente, tratando de encontrar una pista;
tampoco había un nombre, una fecha o una dedicatoria, nada... Su mirada se
desvió hacia el espejo para contemplarse a sí mismo en busca de un aliado,
buscando algo que le fuera conocido, pero su sorpresa fue mayor, se miró frente
a frente y no se reconoció. No era él, era otra persona diferente. La imagen
del espejo era la del hombre de quien tenía la fotografía en sus manos. La
elevó frente al espejo hasta la altura de su cara y cualquier duda quedó
disipada. Él era el de la fotografía, él era otro. Es decir, él no era
precisamente quien él esperaba ser.
En un último esfuerzo por
aclarar su angustiosa duda, forzó el rostro para dibujarse una sonrisa que dejó
al descubierto una hilera de dientes perfectos. El retrato cayó de sus manos
rompiéndose el vidrio entre los frascos de lociones y cremas embellecedoras.
Unos segundos después, a su
espalda, se abrió la puerta y una voz joven y melodiosa dijo: -¿Ya despertó
mi amor?
(De las páginas de HISTORIAS DE ROMPE Y RASGA
.
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