TIRO RETRIEVER
Lo importante es tener el espíritu de triunfador, así sea una locura no clasificada.
Barón de Münchensen
Cuando uno aborda el avión, siempre espera que le toque de compañera de asiento la mujer más bella de la lista de pasajeros. Casi siempre es lo contrario.
Al llegar a la fila que me correspondía, los dos primeros asientos estaban ya ocupados. El de la ventanilla por una señora que respiraba un aire de yo no tengo la culpa y el del centro por un señor regordete de carnes transparentes que me miró con cara de pocos amigos. Mi asiento era el del pasillo. No me preocupó, uno ya sabe que en los aviones se encuentra toda clase de gente.
Empecé a hojear con descuido mi revista sintiendo que el señor mal encarado miraba atentamente casi sobre mi hombro a cada página; esto siempre me ha molestado, así que la cerré con cierta violencia para darle a entender al gordo que yo no estaba de acuerdo en compartir mi revista. Por supuesto comprendió la maniobra, y respondió clavándome una mirada intensa como suponiéndome loco o algo así.
Llevábamos sólo unos minutos de vuelo y sin que viniera al caso, mi gordinflón compañero de asiento me dijo:
-Vamos a llegar tarde. Los aviones siempre se retrasan... ¡Siempre!
-?
-Sí, por una razón o por otra, pero siempre llegan después de la hora prometida.
Me vi acorralado y tuve que contestar.
-No creo, salimos a tiempo y...
-Freddy, no molestes al señor. - dijo la mujer con cara de virgen sevillana, sin preocuparse en abrir los ojos.
Freddy se quedó de una pieza, obviamente la había creído dormida como para poder tirarse un lance de comunicación.
No me había puesto a pensar antes, pero ahora que lo hacía, me era difícil imaginar la relación entre ellos dos. Ella bien podía haber sido la mamá de aquel hombrecillo en el que los años no parecían dejar sus huellas. También podía ser la esposa con alguna diferencia considerable de edades. El tal Freddy no expresaba ninguna emoción, parecía de un carácter frío... calculador, como si estuviera siempre a la expectativa, retorciéndose continuamente los dedos de sus manos blancas y suaves.
Cuando consideró que la mujer estaba dormida, lanzó su segundo ataque.
-¿Le gusta viajar?... a dónde va?
-Voy a...
-Nosotros vamos de vacaciones - dijo sin importarle un comino mi respuesta. Y esta vez no hubo represión por parte de la santa madre, o lo que fuera.
-Luchita me dice que Miami es muy bonito. Yo nunca he estado allí, ¿sabe?, pero de todas maneras vamos. A mí me gustan los lugares que ya conozco. Una vez fuimos a... no recuerdo cómo se llama, pero era muy aburrido porque no había nada qué hacer y todo el tiempo me la pasé en la habitación. Yo ya me quería regresar, pero Luchita dijo que hasta que se cumpliera la semana. Lo único que me entretenía era que diariamente venían a mi cuarto una o dos personas y platicábamos laaargo y tendido.
Me miró fijamente, inclinándose cuanto pudo, como para asegurarse de que le estaba prestando la debida atención y de un vistazo rápido comprobó la situación con Luchita.
-A mí me gusta mucho platicar, ¿sabe?
Y si no lo sabía, a partir de ese momento sabría lo que es una conversación en monólogo.
- Yo fui campeón internacional, ¿sabe?
-?
-¡Sí, de Mata-moscas!
- Ya estaba a punto de evadir su verborrea sin importancia, pero cuando mencionó tal hazaña, despertó mi interés.
-¿Ah, sí?, cuénteme ... cuénteme - le dije, como si fuera necesario insistirle para que siguiera hablando.
Con natural fluidez narrativa me contó que su hazaña había sido en Francia, seis años atrás. Tan pronto supo del concurso se inscribió, pues matar moscas había sido su actividad preferida desde siempre; y gracias a su constancia y dedicación es que había logrado habilidades insospechadas.
Pronto supo que los otros participantes no eran ningunas peritas en dulce pues cada uno tenía facultades suficientes para alcanzar el triunfo. El contendiente hindú decía que su destreza era "un producto de la necesidad", pues en su pueblo natal las moscas cubrían, literalmente hablando, todo lo existente; la mayoría de sus compatriotas se acostumbraban a vivir en esas condiciones, pero él, había consagrado su vida a combatir la molesta plaga. El asiático, tal vez chino o japonés, era otro de los competidores importantes; pues gracias a la fuerza de su filosofía y control de sus poderes sobrenaturales ostentaba el grado de cinta ultravioleta en Artes Marciales, y por lo tanto calificaba como uno de los contendientes de mayor peligro. (Especialmente para las moscas - dije yo en mi interior). El Gordo describió someramente a otros dos o tres de los participantes que habían hecho un buen papel y se reservó para el final la presentación de él mismo como competidor.
-Empecé hace mucho tiempo,- dijo con orgullo, después de echar un vistazo vigilante a Luchita que dormía como ninfa austriaca. - cuando encontré que los mata-moscas comunes no eran tan eficientes ni tan duraderos. Así que me puse a perfeccionarlos; era necesario, por principio, encontrar un buen balance entre el largo del mango y la paleta aniquiladora para lograr tiros certeros…
Me pareció tan divertido que al principio tenía que hacer esfuerzos para contener mi hilaridad, y ahora estaba tan adentrando en el tema que me tenía fascinado por la forma tan técnica en que describía su proyecto; después me explicó detalladamente las pruebas de laboratorio que desarrolló antes de poder enorgullecerse de haber logrado un prototipo de características muy adelantadas, y sólo hasta entonces quedar satisfecho. El producto de sus esfuerzos era el mata¬moscas ZAZ-3, con el que no había mosca que se le escapara por avezada que fuera.
Cuando estuvo en París, porque Luchita lo había llevado para un "chequeo" médico, se enteró de la convocatoria para lo que habría de ser el Campeonato Internacional de Matamoscas con sede en el hospital siquiátrico. Estaba confiado de que tenía la capacidad para hacer un buen papel para su satisfacción personal, y por supuesto, para el orgullo de su país principalmente.
Las pruebas eran bastante complicadas, la mayoría contenía un alto grado de dificultad, que para los participantes significaba un reto ineludible. Había, - para mencionar algunas de las especialidades - el "Tiro de costado con paleta corta" en la que Freddy no participó, pues su arma ZAZ-3 no encajaba dentro de las especificaciones reglamentarias. Otra de las pruebas era la de "Revés al techo" que por razones nunca aclaradas favorecía a los tiradores zurdos o a los que tenían la habilidad de tirar a dos manos, como Freddy que lograba la misma certeza a diestra y siniestra. La más sofisticada de todas las pruebas era la llamada de "Tiro Real" que consistía en: Finta inicial para espantar a la mosca y de inmediato golpe mortal al aire. En esta prueba Freddy se adjudicó muy buenos puntos de ventaja sobre el asiático que le seguía muy de cerca.
En la especialidad de "Tiro de Fantasía" cada competidor presentaba una rutina producto de su propia imaginación, que podía califi¬carse como elegante o sofisticada, como la del brasileño, que lograba a golpes de matamoscas y a ritmo de Bossa Nova, interpretar (por lo que fue muy aplaudido), la melodía de La Chica de Ipanema.
Freddy maravilló a la concurrencia y por supuesto, cosechó los puntos del triunfo con su "Tiro de Retriever.'' Consistía en derribar a la mosca sobre una mesa, sin aniquilarla del todo. Con un movimiento rapidísimo de paleta, recogía a la presa lanzándola al aire, para atraparla con la mano izquierda que, automáticamente la arrojaba sobre la mesa, para ahora sí, recibir el golpe del juicio final.
Al tiempo que me describía todos los aspectos técnicos y humanos del Campeonato, sus manos, que antes me parecían tan inútiles, subrayaban sus palabras con movimientos ágiles y descriptivos.
-Fue en París… - dijo nostálgicamente – creo que ya hace diez años de esto.
-(Me pareció que antes había dicho seis, pero no quise aclararlo).
-Luchita no me lo cree porque ella no estaba ahí. Y ya nunca más hemos regresado a París, ¿sabe?...
Y de un momento a otro quedó profundamente dormido, como si fuera presa del agotamiento posterior a la ronda final del Campeonato Internacional de Matamoscas. Yo estaba sorprendido, ni de broma hubiera imaginado que pudiera existir algo tan absurdo, y menos aun en una ciudad como París.
Sin alterarse en lo más mínimo, Luchita abrió los ojos y me miró beatíficamente por sobre la nariz de Freddy.
-Ay señor, no sabe cuánto le agradezco que haya tenido la amabi¬lidad de escuchar a mi Freddy. Esa es su historia preferida... y la cuenta cada vez que tiene oportunidad…
-Señora, yo...
-No todos tienen la paciencia para aguantar sus... tonterías. Ya ve usted, una vez que empieza, no hay modo de detenerlo... Sabrá Dios cómo es que ha inventado semejante historia.
-Pero es verdad, dice que usted no la presenció, y que...
- Usted no se imagina todo lo que he sufrido con sus problemas… Precisamente ahora lo llevo a una clínica en Miami, usted sabe, para enfermos de... - y su mano lánguida se posó suavemente sobre la cabeza de Freddy que yacía inofensivo
- En la clínica de París me aseguraron que me lo curarían y… ya ve usted.
Tras el anuncio de la proximidad del aterrizaje, Freddy se despertó con el ajetreo natural que se forma, pero permaneció tranquilo.
De pronto, sus ojos lanzaron un destello de vivacidad y su mano derecha se irguió en vivaz alerta; empezó a tirar manotazos al aire para finalizar con un certero golpe de mano abierta sobre el respaldo del frente. Lentamente me acercó la mano empuñada hasta casi tocarme la punta de la nariz. La abrió lentamente para mostrarme el cadáver de una mosca y con un gesto altivo expresó:
-¡Tiro de Retriever! Todavía hay campeón para rato.
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